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7
de febrero del 2002 |
150 mil pandilleros han sembrado el terror en Centroamérica
El
surgimiento de las maras El caso
Guatemala El
Salvador Honduras
Nicaragua
Costa
Rica Hay que matar
uno cada trece días
Investigación: Serapio Umanzor y Carlos Girón
Fotografías: José Cantarero
No hacen estrellar aviones contra edificios ni los fanatiza una
religión, pero sí se les puede llamar terroristas porque en las zonas que
habitan las cosas se hacen a su manera, imponen sus leyes, violentan el
derecho ajeno y mantienen en zozobra a quienes tienen las desgracias de
vivir en sus barrios. Así son los pandilleros, grupos de jóvenes
delincuentes que se han diseminado en toda Centroamérica en un número
superior a los 150 mil activos y una cifra similar de simpatizantes que en
cualquier momento ingresan a estos grupos, cuyas prácticas alarman.
Y cómo no sentir que siembran el terror sui por ejemplo Ricardo
Gavidia, de una pandilla de El Salvador es un firme creyente que hay que
matar a una persona cada trece días como amuleto para la buena suerte,
mientras en los barrios por donde se mueve hasta han formado cooperativas,
donde los vecinos deben aportar dinero para que la pandilla les brinde
"seguridad".
De momento el trabajo de la prevención ha quedado en manos de
organizaciones no gubernamentales, mientras las policías de los cinco
países parecen soslayar la dimensión del problema, pues ninguna tiene
unidades especializadas para enfrentar estos pandilleros, que tienen un
estilo propio de hacer terrorismo.
Las disputas entre diferentes pandillas es, sin dudas, el mayor de los
retos, pero las mismas policías han asumido una actitud, en la que dejan
entrever, sin decirlo, que respaldan estos enfrentamientos, en donde ya
son cientos los jóvenes que han caído muertos en el cruce de las balas.
La lucha contra estos grupos no es tan fácil por dos razones, de un
lado se trata de personas armadas y decididas y del otro lado sus
integrantes en su mayoría son menores de edad, lo que los pone en ventaja
al momento de delinquir.
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El surgimiento de las maras
Pero estas
pandillas no son de autoría centroamericana, se trata de un fenómeno
importado. En Estados Unidos, desde finales de la década de los sesenta e
inicios de los setenta y al terminar la prosperidad económica que se dio
después de la Segunda Guerra Mundial, la clase gobernante y sus
representantes lanzaron ataques contra la clase obrera y su nivel de vida.
Trataron de desbaratar los sindicatos, despedir a grandes cantidades de
trabajadores de sus empleos, aceleraron la producción en los talleres, y
redujeron los programas sociales.
Este asalto contra el nivel de vida encontró su expresión más salvaje
en las secciones centrales, superdotadas de minorías y paupérrimas de las
ciudades mayores. En Los Angeles, las zonas central-sur y este sufrieron
el cierre de fábricas industriales y, como consecuencia, la eliminación de
miles de empleos que requerían labor experta. El desempleo, la pobreza,
las viviendas de calidad inferior y las reducciones en los servicios
gubernamentales aumentaron estrepitosamente.
Los edificios escolares se convirtieron en ruinas superdotadas carentes
de fondos. El abuso de las drogas, sobre todo de la cocaína en piedras,
aumentó bárbaramente en muchos de estos distritos. Las calles comenzaron a
llenarse de jóvenes desocupados, que en grupos comenzaron a organizarse en
lo que ellos llamaron pandillas, compuesta por muchachos sin trabajo, sin
futuro, de hogares disueltos, en definitiva, vulnerables a la perdición.
Conocidas como pandillas juveniles hay que destacar que la primera en
formarse es "La 18", que se identifica así por estar en esa calle del
sector de Rampart en Los Ángeles. Sus integrantes, todos latinos y negros,
comienzan a ser liderados por mexicanos, que representan la mayor cantidad
de inmigrantes en California.
Pero luego surgen sus contrincantes o enemigos, que son los
salvadoreños que forman la llamada "Mara Salvatrucha" y a partir de ese
momento comienzan a librar batallas campales en busca de dominios de
territorios.
En escena aparecen jóvenes con sus cuerpos enteramente tatuados, cortes
de pelos punk, camisetas negras con dibujos de calaveras, saludando con
signos y lenguajes corporales propios y herméticos, golpeando en la cara y
escupiendo.
En La 18 como en la Salvatrucha, no hay un "padrino" al estilo de la
mafia, pero sí un cuerpo de "veteranos" que desde las sombras controlan a
las pequeñas células formadas por chicos de apenas 11 años.
En los barrios y ciudades que ellos dominan se roban autos, se saquean
casas, se intimida a los vecinos. También se "alquilan" esquinas, incluso
por horas, a vendedores de droga que no pertenecen a la pandilla. Algunos
pandilleros reúnen entre 400 y mil dólares por día con estos "alquileres"
en Los Angeles.
Pero obviamente los creadores de estas pandillas han sido latinos que
en determinado momento han sido deportados o simplemente regresan de
vacaciones a sus países y es ahí donde comienza la proliferación en
América Latina.
La palabra mara es, sin dudas, puesta por los salvadoreños y lo usan
como una acortación de la palabra "Marabunta'', nombre de una hormiga
salvaje que habita en grandes cantidades y arrasa las junglas amazónicas
como una plaga.
Esta acepción de la palabra mara ellos la usaron al identificarse como
un grupo de jóvenes que invadieron Estados Unidos, se regaron como una
plaga y tomaron un aspecto destructivo dentro de una ciudad tan gigantesca
como Los Angeles.
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El caso Guatemala
Los primeros asomos de violencia de las pandillas en Guatemala se
dieron en 1986 cuando comenzaron los enfrentamientos entre estos grupos.
La capital ha concentrado la mayor parte de las pandillas del país.
Un estudio en Guatemala revela que el 73 por ciento de los pandilleros
tienen entre 12 y 15 años, que todos son alfabetas y que un 83 por ciento
no trabaja y quienes lo tienen declaran que sus ingresos son bajos. El
trabajo revela que un veinte por ciento de los mareros son mujeres.
El caso de Guatemala es serio porque el nivel delincuencial es alto y
dentro de las pandillas ya se han dividido las labores. Unos se
especializan en abrir cerraduras, otros en desvalijar carros, cortar
vidrios, unos van a vender lo robado y al final juntan el dinero para
comprar droga, armas y comida.
Trasladarse a zonas donde circulan turistas o hay aglomeraciones de
personas es una tarea diaria, lo que los hace diferente de las pandillas
de otros países, que prefieren sólo operar dentro de los barrios que
viven. La búsqueda para los mareros "chapines" es de personas con joyas o
mujeres con bolsos.
La policía nacional sostiene que las pandillas son grupos armados de
alto peligro que se han diseminado en todo el país y que las limitaciones
legales por ser menores de edad los pone en desventaja para poder
combatirlas.
Luis Arturo Paniagua, director de la Policía Nacional Civil, admite que
hay áreas vulnerables que tratan de controlar con operativos, pero los
resultados no son los esperados. Y no lo son porque "cada vez que hacemos
un plan para combatirlos, ellos hacen el suyo para evitar caer en nuestros
planes".
La preocupación para este oficial de policía es que ya no sólo hay
pandillas en la capital, sino en todos los departamentos y ese crecimiento
obedece, según su criterio, por los problemas eternos de la sociedad,
desempleo, desintegración familiar, entre otros.
Paniagua estima que para ellos es una limitante que la mayoría de edad
sea los 18 porque la mayoría de los pandilleros están por debajo de esa
edad y eso dificulta el poder hacerles cumplir penas como las de cualquier
adulto.
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El Caso El Salvador
En este país el problema de las maras es más marcado, pero también es
el país donde se han hecho los mayores esfuerzos por enfrentar el
problema, sobre todo por los niveles de violencia que han alcanzado estos
grupos de jóvenes, que hoy están dispersos en todo el país. Los esfuerzos
mayores han sido desde el punto de vista de la prevención.
Dentro de la misma policía tienen la División de Servicios Juveniles,
al mando de la comisionada Zoila Corina Noguera, quien ha emprendido un
programa de prevención de consumo de drogas en los centros escolares,
tanto públicos como privados.
Noguera señala que los pandilleros están entre 12 y 18 años y que si se
ataca el problema de las drogas es porque la mayoría de los delitos de
estos jóvenes los cometen bajo los efectos alucinógenos.
La situación de las maras ha alcanzado un nivel que no se vive en otros
países. Por ejemplo Israel Montero es un miembro de la mara 18, que tiene
el control del barrio San Sebastián. Sostiene que esa seguridad tiene un
precio y para ello formaron una cooperativa, sólo que no es de ahorro ni
de crédito, sino sólo de depósitos.
Y es de depósitos porque los vecinos son obligados a aportar una cuota
mensual, dinero que ellos utilizan para comprar armas y para comprar
comida y drogas, pues la mayoría no tiene un trabajo.
Muchos de estos pandilleros terminan en el Instituto Salvadoreño de
Protección al Menor, cuyo director, Ismael Rodríguez Batres, quien ha
decidido que en el proceso de rehabilitación se les imponga a los jóvenes
disciplina militar. Para ello tiene varios militares, cuya misión es
volver disciplinados a los jóvenes e inculcarles respeto a los valores
patrios.
En este momento, estima, hay unos 35 mil pandilleros en El Salvador,
los que son beneficiados con la Ley del Menor Infractor, que ha sido
duramente cuestionada en ese país.
Y lo ha sido porque la pena máxima que les imponen, sin importar el
delito, es de siete años y si su delito lo cometió siendo menor de edad
nunca pasa a centros de reclusión para adultos. O sea que su pena la
cumplirá siempre en un centro para menores.
Pedro González, coordinador de la Seguridad Pública a nivel nacional
confesó que el problema de las maras lo han tenido descuidado a nivel
policial, pero este año han decidido entrarle de lleno, tanto por la parte
preventiva como por la parte represiva.
Una de las primeras tareas que iniciaron fue buscarle empleo a quienes
se quieren salir de las maras y un sector que respondió fue el de
transporte, pero la cifra de desempleados es elevada y se requiere de
otras empresas que acepten el reto de emplear a pandilleros que aseguran
se han regenerado.
A diferencia con Guatemala, los pandilleros de El Salvador no se mueven
de sus barrios y consideran que hacerlo es apostar con sus vidas. Para
ellos es sentencia de muerte quien se mete a un barrio donde el mando lo
tiene una mara contraria. En los barrios que ellos dominan se vuelve una
pesadilla para los visitantes y vendedores porque o los asaltan o los
obligan a pagar una cuota tipo peaje.
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El caso Honduras
Estadísticas
oficiales y recientes de la División de Proyectos Comunitarios, que
funciona dentro de la Unidad de Prevención de Pandillas de la Policía
Nacional, establece que en este momento hay 31 mil 164 pandilleros,
distribuidos en 475 pandillas.
De este gran total existen 23 mil 907 hombres y siete mil 257 son
mujeres, todos en edades entre 13 y 30 años, aunque el grupo de mayor
concentración es el que corresponde entre 16 y 21 años.
Esta cifra debe asustar, pero es más alarmante si se revisa que estos
mismos cuadros muestran que estas pandillas tiene un total de 70 mil 500
simpatizantes, es decir setenta mil jóvenes que se identifican con las
pandillas y que en cualquier momento deciden formar parte de una de ellas.
En ese grupo de los setenta mil están centenares de muchachos que se
drogan, otros muchos que se dedican a la vagancia y otros que viven en las
calles, pero que no se deciden por formar parte de lleno de las pandillas.
Tegucigalpa, la capital, se lleva el número uno en pandillas, con un
total de 129, que en su conjunto agrupan a 12 mil 165 pandilleros, nueve
mil 518 de ellos hombres y dos mil 647 mujeres, mientras le sigue San
Pedro Sula con 65 pandillas, en las que hay metidos cuatro mil 371
pandilleros, tres mil 341 varones y mil 130 mujeres.
Las formas de operar o las actividades más comunes de estas, van desde
las costumbres de las riñas callejeras, escándalos en vía públicas,
consumo y tráfico de drogas, hurto hasta llegar a delitos mayores como
enfrentamientos entre maras, asaltos, violaciones, asesinatos y las
temidas invocaciones satánicas.
La Policía Nacional tiene divididas a estas maras en categorías como
inestables, pacíficos, violentos, muy violentos y los llamados súper
violentos, dependiendo el grado de comportamiento que muestran en sus
barrios.
Los barrios donde operan se consideran de alto riesgo y en los últimos
meses se ha vuelto común el que aparezcan mareros muertos en
circunstancias desconocidas. Organismos de derechos humanos hablan de
ejecuciones extrajudiciales, del surgimiento de escuadrones de la muerte
dedicados a matar pandilleros.
Un informe oficial que brindó el comisionado de Derechos Humanos Leo
Valladares Lanza a oficiales de las Fuerzas Armadas y de la Policía
Nacional establece que con fusiles Ak-47 y con "chimbas" asesinaron en el
2001 a más de mil seiscientos jóvenes mayores de 21 años, de los cuales el
34 por ciento eran pandilleros, específicamente en los departamentos de
Cortés y Francisco Morazán.
La mayoría de las víctimas, refiere, son mayores de 21 años y de 13 a
18 años. Un 93 por ciento eran varones y el resto mujeres. Del 63 por
ciento se ignora si pertenecían a determinada agrupación, pero el 34 por
ciento eran pandilleros, resalta.
El 52 por ciento de los victimarios es desconocido, pero el 34 por
ciento asegura que pertenecen a pandillas, un ocho por ciento a
particulares, cinco por ciento a miembros de la Policía Preventiva.
De los más de mil seiscientos jóvenes muertos, mil 417 ocurrieron en
los departamentos de Cortés y Francisco Morazán. Sigue Yoro con 75 y
Atlántida con 33 casos.
La dimensión de la peligrosidad de estas maras ha llevado incluso a que
las autoridades penitenciarias hayan decidido que todos los presos que
pertenecen a la MS serán recluidos en el Centro Penal Sampedrano, mientras
los que son de La 18 van para la Penitenciaría Central de Tegucigalpa.
Ambos grupos están en celdas especiales.
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El caso Nicaragua
En Nicaragua la cifra promedio de detención de 40 mil menores al año
por cometer delitos revela lo serio de la delincuencia juvenil, asociada
en pandillas, cuya mayor concentración está en la capital Managua.
Al analizar el comportamiento por agrupaciones delictivas y sexos se
observa que los mayores índices de violencia son los varones, que tienen
como sus principales delitos el robo con violencia y el robo con
intimidación.
Seguido de estos delitos cometidos por pandilleros están los cometidos
contra las personas, especialmente lesiones y violaciones. El delito de
violación es el que muestra un mayor crecimiento, lo que genera alta
preocupación entre la población.
Las mujeres metidas a pandillas se han dedicado más a cometer delitos
contra las personas, especialmente lesiones, y se han vuelto comunes los
hurtos. En lo que se observa que ambos sexos están compartiendo es el
delito del tráfico y consumo de drogas, especialmente crack.
Al dividir Managua en ocho distritos, la policía encuentra en total 86
pandillas, de las cuales veintisiete están en el distrito cuatro. El
promedio por cada pandilla es de cincuenta miembros. A nivel nacional el
registro es de 133 pandillas.
Como parte de un plan para tratar de frenar el crecimiento y accionar
de las pandillas, la policía ha sido instruida para patrullar en los
colegios, realizar visitas personales con los pandilleros y reuniones con
los comités de prevención social del delito.
Las estadísticas policiales muestran que el número de pandilleros ha
bajado, aunque eso no lo comparte quienes viven en los barrios donde
permanecen estos grupos. Lo que sí es real es que el problema de las
pandillas en Nicaragua es menor que en Guatemala, El Salvador y
Honduras.
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El caso Costa Rica
La delincuencia juvenil en Costa Rica muestra una tendencia hacia el
crecimiento, según lo revela Francisco Ruiz, del Organismo de
Investigación Judicial, quien sostiene que los niveles de violencia se han
elevado hasta puntos no predecibles.
Su punto de vista es que la mayoría de esas pandillas son el resultado
de la presencia masiva de extranjeros, especialmente nicaragüenses, país
que viene saliendo de una guerra y cuyos pobladores tienen un perfil más
agresivo.
Su teoría es que el perfil del nicaraguense es más violento que el
"tico", pero al revisar las cifras de comisión de delitos se nota que no
es tan alta la tasa de crímenes cometidos por los nicaragüenses si se
compara con el número que reside en Costa Rica.
Walter Navarro, director de la Policía Civil, estima que en Costa Rica
es complejo el problema de las pandillas juveniles, sobre todo por el
marco legal nacional e internacional que protege y cede varios derechos a
los menores de edad.
Esos derechos, cree, han servido para crear impunidad porque los
jóvenes saben que a cierta edad pueden cometer delitos sin que por los
mismos reciban las sanciones que se merecen.
Navarro expresa que el problema se da porque en sus primeros delitos el
joven se entera que no hay sanciones y derivado de su misma inmadurez se
vuelve más atrevido para cometer excesos que seguramente no cometería un
adulto con familia que mantener.
Agrega que los problemas de las pandillas se han agravado por el alto
consumo de alcohol y drogas. En este momento hay cincuenta policías
dedicados a promover programas de prevención de drogas.
El oficial de policía destacó que la mayoría de los delitos de estas
pandillas son asaltos y delitos contra la propiedad y el destino del
dinero es para la compra de drogas. Las pandillas en Costa Rica, al igual
que Nicaragua, no muestran los niveles de violencia de Honduras, El
Salvador y Guatemala, pero si crecen en sectores donde los niveles de
pobreza son marcados.
Los pandilleros son miles y el crecimiento está marcado por la
protección misma que le dan los códigos de la niñez, lo mismo que por las
condiciones de pobreza cultural y educativa en estos países con
limitaciones para implementar programas que prevengan la formación de
estos desagradables grupos.
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Hay que matar uno cada trece días
Ricardo Gavidia es un pandillero salvadoreño que decidió contar lo que
piensa cada uno de los miembros de su organización. Este es en resumen lo
que ellos piensan: Los que nos metemos a las maras lo hacemos por vacilón
o porque nos cachimbean en las casas. A mi siempre me ha gustado eso de
las maras y no me arrepiento de cómo me ha ido. Lo único es que cuando uno
entra tiene que aguantar trece minutos de una buena pateada que le dan los
amigos, pero se aguanta.
A mi me gustaría ser jefe de maras y ya cumplí con uno de los
requisitos, ya maté a un vato. Y lo maté porque ese vato que era de La 18
se atrevió a meterse al barrio de nosotros y no tuve otra que usar la
escopeta que andaba. Yo no me arrepiento de haberlo matado porque para qué
se fue a meter al barrio.
Es macizo estar en una mara porque la amistad es grande y se vacila sin
problemas. Hay algunos vatos que se rajan cuando hacemos los ritos
satánicos, pero hay que hacerlos por la buena suerte. Yo creo en los ritos
satánicos de matar a una persona cada trece días porque así uno tiene
larga vida. Yo conozco uno de mi mara que le han pegado un montón de tiros
y no se muere y él sabe que sobrevive por todas las almas que ha entregado
al diablo.
En estos ritos la mara escoge a cualquier persona y lo lleva aun sitio
apartado a matarlo con trece puñaladas. La sangre se lleva en unos
pocillos que los venden en tiendas y esa sangre hay que ir a ponérsela a
un santo que tenemos. Lo importante es entregar una alma cada trece días y
así uno se libera de la muerte.
Estos ritos los hacemos las dos maras y la única diferencia es que la
mara 18 lo hace cada 18 días y son 18 puñaladas. En la mara todo es
tranquilo y la gente que nos critica es la que nos insulta porque nosotros
primero a la gente le pedimos, y si no tienen no hay problema con tal que
no nos insulten. Ahora si alguien le hace algo a uno de nosotros si tiene
problemas. Nosotros no trabajamos pero le damos seguridad al barrio.
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